RECUERDOS DE UNA VIDA

Quizá los objetos más preciados en esta vida son aquellos que nos recuerdan quiénes somos y de dónde venimos.

A lo largo de los años vamos acumulando cosas que hablan de nosotros, con el paso del tiempo se unen cosas que nos recuerdan a nuestros hijos y más adelante cosas de aquellos que nos dejaron. Es ley de vida.

Los recuerdos nos hacen emocionarnos con facilidad, nos provocan risas, lágrimas, nostalgia. ¡Son tantas cosas las que podemos sentir!.

Son los objetos más personales que existen. Si siempre partimos de nuestra principal premisa: ¨La organización depende de la persona¨ para plantearnos organizar cualquier grupo de objetos, ¡cuánto más los recuerdos!.

Nadie puede decirnos qué hacer con un objeto que, a primera vista, no dice nada al que lo ve, pero está cargado de emociones para el que lo posee.

Os invitamos a hacer un viaje a vuestro corazón y desde allí, revisar todos los objetos. Entonces descubriréis cuales son realmente recuerdos y cuales simplemente objetos, que en una época fueron prácticos pero, realmente, ahora ya no despiertan en nosotros ningún sentimiento evocador.

  • No tratéis de hacerlo de golpe, mirad una caja con recuerdos y tomaros vuestro tiempo, guardarla de nuevo y en un par de meses podeis revisarla de nuevo, o al año, o más adelante.
  • No seáis impulsivos, nuestros sentimientos varían con el momento, por eso tal vez hoy decidamos tirar lo que mañana echemos de menos.
  • No os metáis presión, se pueden organizar el  resto de cosas sin tocar los recuerdos, simplemente buscaros un buen lugar o lugares y dejad que sea el tiempo o la vida, quien os aconseje si vale la pena quedarse con ello.

Hay gente muy práctica que podría guardar sus recuerdos en una caja de zapatos y aún le sobraría espacio y otras personas estarían en la misma tesitura, pero no por ser práctico, sino por ser demasiado emotivo  y decidir que cuanto menos recuerdos, menos sufrir con tiempos pasados.

Nuestros propios recuerdos:

Quizá sean los más bonitos porque los hemos fabricado nosotros, han significado nuestros sueños, nuestra infancia, nuestros logros y a veces también nuestras desilusiones.

Tal vez en la última etapa de nuestra vida o cuando ya no estemos aquí que pasen a otras manos que nos harán ser recordados.

Pero recordad que son nuestros y sólo nuestros, por eso debéis guardarlos con cariño y cuidado o tal vez en vez de guardarlos, tenerlos a la vista si eso nos ánima en el día a día.

Los recuerdos de quienes nos suceden:

A lo largo de la infancia de nuestros hijos, vamos acumulando decenas de objetos que nos recuerdan una u otra etapa de su crecimiento.

Su primer chupete, su primer biberón, siempre el primer de todo lo que utilizaron, hasta la pinza del cordón umbilical. ¡Y es que todo nos recuerda algo!.

Aquí no hay reglas. Los papás más emotivos tenderán a guardarlo todo. También cómo no, dependerá de lo que el espacio nos permita.

Después irán a la escuela y cada año nos prepararán manualidades, dibujos, tantas cosas y todas guardadas para recordarnos esos años especiales.

Según vayan creciendo, irán disminuyendo los recuerdos a guardar pero entonces aparecerán los títulos, los trofeos deportivos…

Cuando ya sean adultos será probable que muchos de esos recuerdos se los acabemos dando, para que tengan recuerdos de su infancia, como hicieron nuestros padres con nosotros y así la rueda volverá a girar.

Los recuerdos de quienes nos precedieron:

Tal vez los más emotivos y en ocasiones duros, ya que muchas veces nos recordarán a aquellos que más quisimos y ya no están.


Cuando la gente envejece tiende a desprenderse de muchas cosas, quizá porque la espiritualidad gane terreno al materialismo. Ya no quiere tanto para sí, prefieren sustituirlo por momentos de cariño, compañía y atención.

Muchos de esos objetos llegan a nosotros aunque no los hayamos elegido o tenido un gran cariño con anterioridad.

Y en este punto queremos hacer una parada para contar una anécdota de una de nosotras, que seguro le habrá pasado a más de uno.

Al  fallecer una tía y cerrar su casa nos repartimos entre los hermanos los objetos personales de la casa.

El sentimiento de tristeza fue tal, que acepté quedarme con bastantes objetos que sabía que habían significado mucho para mi tía.

Durante años estuvieron guardados en varias cajas de un lado a otro, sin saber muy bien que hacer con ellos.

Y entonces recibí un consejo que os aseguro que vale su peso en oro: Esos objetos no son recuerdos para ti, son los recuerdos de otras personas.

Y efectivamente  es así, cada uno fabricamos nuestros recuerdos y son nuestros porque cuando los miramos nos evocan algo, pero cuando tenemos los recuerdos de otra persona para nosotros   no son recuerdos, solo objetos que al mirarlos nos hacen acordarnos de esa persona o aún ni eso, ya que a lo mejor ni habíamos visto nunca ese objeto y por tanto nos cuesta relacionarlos con su antigua propietaria.

Así que cogí las cajas y me deshice de todas ellas, ya sin remordimientos pues habían cumplido su misión de ser recuerdos de otra persona, no míos.

Con posterioridad, falleció otra tía y también tuvimos que cerrar la casa. En esta ocasión y siguiendo este magnífico consejo no tuve ninguna duda de cómo proceder.

Me senté tranquila a mirar a mi alrededor, luego cerré los ojos y traté de evocar mis propios recuerdos a través de cada uno de los objetos. Pensé en cuál de ellos fabricaban mis propios recuerdos con mi tía y me fue muy sencillo. No titubeé  ni un segundo. Dos figurillas de porcelana que siempre me había despertado mucha ternura y estaba segura, de que allí donde las pusiera en mi casa, siempre evocarían en mí los momentos vividos con mi  tía y un juego de copas de vidrio de colores alegres despertando una sonrisa al verlos.

Nada más. Las metí en una caja y las traje a mi casa, porque a partir de ese momento serían mis recuerdos y me traerían a la memoria una etapa de mi vida en la que fui tremendamente feliz.

Y eso son los recuerdos trocitos de nuestra felicidad a lo largo del tiempo con forma de chupete, trofeo o figurilla de porcelana.

Por eso guardadlos con cariño en una bonita caja o un pequeño baúl, que a la par os servirá de adorno, o tal vez ponerlos a la vista, siempre y cuando os arranque una placentera sonrisa, sí sentís añoranza o tristeza al contemplarlos, mejor guardadlos y poner en su lugar un elegante jarrón o una foto de vuestra vida actual.

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